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dimarts, 13 d’octubre del 2015

Melanie G. Mazzucco (2010), Ella, tan amada. Barcelona: Anagrama



El mito de Orfeo actúa de fértil sustrato en muchas obras artísticas porque en él se plasman grandes temas: el amor y la muerte, el poder del canto y del silencio, el arte y la naturaleza, la pervivencia y el viaje, los límites de la locura y las borrosas fronteras de los sexos.  

Todos ellos están hábilmente conjugados por Mazucco a partir de la poesía de Rilke que da nombre a la novela 
Ella, tan amada.

George Frederic Watts. Orfeo y Eurídice, 1875 


Eurídice será la vital y apática protagonista Anne Marie Schewarzenbach que se nos presenta montando en bicicleta por un paisaje idílico que la lleva a la muerte:

"su sombra oscura se desliza sobre la superficie del lago –leve, silenciosa, inaprensible." P. 10

La rica adjetivación se repetirá en la prosa exuberante de Melania G. Mazzucco que, como un nuevo Orfeo, pretende salvar del olvido-infierno a la protagonista.

"Esa sombra alargada, inconsistente, tiene algo de espectral." P. 15.
"... inalcanzable, misteriosa, como un ángel sin sexo seria y terrible." P. 41.
"andrógina, exigente, severa." P. 40.

Como el "vano fantasma de niebla y luz" la intangible amada de la rima XI de Gustavo Adolfo Bécquer.

Pero antes de morir, Anne Marie estará en todas las tormentas del siglo XX y en casi todos los escenarios posibles. Será como un efebo de Skopas, un ángel de Boticelli o una aguerrida Juana de Arco. Tendrá grandes amistades, además de la intimidad con la morfina y, al fin, encontrará la salud moral en la soledad de un viaje al corazón de las tinieblas en donde la escritura será su droga.

Skopas, Pothos. Copia romana

Será arqueóloga y se dejará subyugar por los decadentes paisajes orientales a la luz del atardecer:

"Un mismo color teñía las calles, los campos, los muros y las casas de Persia: era el color del polvo, de la arcilla cruda y del color de los camellos. Ella lo definía como el color lepra. En la hora muerta, todo se volví opaco, el mundo parecía petrificarse. " P. 192.

 Pero ella no se  petrifica, sino que ávidamente continúa capturando imágenes "como fotografías desparramadas en un cajón." P. 173. Y las enumeraciones caóticas dan fe de ello:

"... aduanas, alfombras, angustia, bazar, castillos, chacales, cuarentena, curas, ébano, fiebre, joyas, harén... " P. 174.

Edvard Munch, El beso de la muerte (litografía, 1899)

Pero la muerte la espera como una amiga en su paraíso de Engadina para que dance con ella, con la música de la canción de Schubert, "La muerte y la doncella".

Del mismo modo que Charlotte de David Foenkinos que, como veremos próximamente, también se nutre del mito de Orfeo.



Los libros se enredan como cerezas en un cesto de mimbre.





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