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dijous, 5 de juliol del 2018

Han Kang (2018), Actos Humanos. Barcelona: :Rata_. Traducció de Sunme Yoon




La aniquilación programada, las torturas instituidas y las muertes crueles de inocentes tiñen de negro las cubiertas de este libro y el espíritu de quien lo lea.

En cambio, las palabras que teje Han Kang son blancas como la nieve que hiela y quema, a la vez que cubre y purifica. Este texto-tejido no borra el recuerdo sino que lo mantiene para que sea simiente de resistencia y de rebelión contra la opresión.

Asistimos con asombro a la construcción de un mundo con siete personajes a los que corresponden otras tantos relatos que encajan como piezas de un tangram literario.

"Las avecillas" actúa a modo de pórtico, como “Donde se abren las flores” actúa de cierre,  presentando fugazmente a los personaje en torno al protagonista: Dongho, el niño que se hace adulto al perder a su amigo y se enfrenta cara a cara con la muerte:

“De pronto algo parecido a un pájaro se escapó de su rostro, del que solo se podían ver los ojos cerrados y la máscara de oxígeno.” P. 26-26.

¿Dónde van estas avecillas que dan título al relato?

“El hálito negro” no nos da la respuesta pero nos cuenta que más allá de la muerte hay consciencia y el amigo de Dongho nos cuenta su visión post mortem y el afán de conservar la memoria en donde ardía.

“¡Rápido! Tenía que hilar otros recuerdos antes de que se me olvidaran.” P. 66.

Los cuentos centrales se dedican a las torturas y sus secuelas. “Las siete bofetadas” está centrada en la editora empeñada en su lucha contra el olvido que, a pesar de la censura que prohíbe las palabras que salen de la boca de unos actores que solo pueden mover los labios y articular sin sonido, ella interpreta su mensaje, el mensaje de Antígona:

“No pude darte un funeral después de que te fueras de este mundo
y desde entonces mi vida es un funeral.” P. 116.

“Hierro y sangre” hurga en el concepto y sentimiento de patria ya esbozado y indaga en cómo es posible llegar al sacrificio suprema por ella.

El himno nacional se convierte en una ceremonia que prepara para la resistencia heroica.

Masacre de Gwangju (1980), en el pueblo natal de la autora cuando tenía 10 años    


“Pude sentir que la gente había salido de sus caparazones y se unía a los otros con su carne desnuda y tierna y que, solo entonces, ese corazón grande y sublime que se había desangrado hecho trizas volvía a latir y palpitaba íntegro como antes (…) ¿Conoces el fulgor de ese instante en que te parece que llevas incrustada en la frente esa joya resplandeciente y pura que es la conciencia?” P. 136.

“La pupila de la noche” es la luna que todo lo ve y también el inquisidor que realiza autopsias psicológicas. Aquí tenemos una de estas confesiones tan dura como abrir en canal un cuerpo en la morgue. Intuyo en el uso de la segunda persona una metáfora del distanciamiento y, a la vez, la empatía que debe lograrse para relatar los duros recuerdos.

“A medida que te acercas a la vigilia, tus sueños se van haciendo menos cruentos y más ligeros. Al final se hacen tan delgados y frágiles como el papel y terminan por despertarte. Te esperan en silencio los recuerdos, a la cabecera de la cama, recuerdos que te hacen darte cuenta de que las pesadillas no son nada.” P. 189.

“Epílogo” actúa de coda explicativa. Una voz en primera persona, que identificamos con la de Han Kang, nos cuenta cómo de niña captaba sobreentendidos terribles en las conversaciones de los mayores y cómo, después, ha buscado la verdad sepultada para rescatar del olvido a los que no quisieron ser víctimas, pero se sacrificaron por unos ideales.

Investiga y obtiene el permiso del hermano de Dongho para contar su historia con la única condición de que “sea una historia recta y cabal”.

No sólo es así, esta red de cuentos nos atrapa porque consigue relatar con emoción y dignidad una historia bella y estremecedora que hiela el espíritu y a la vez lo consuela, quizás por la gracia de la olvidada justicia poética que da la impresión de dejar las cosas en su sitio.

Estos relatos no sólo están construidos con eficacia y maestría tal que se consigue una novela-tangram, sino que están conectados con historias semejantes de la multitud de oprimidos de la tierra: la historia general de la infamia.

¿Sólo el arte puede paliar la crudeza de la violencia que parece consustancial al ADN humano?



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