Una mano blanca sobre un tronco de árbol, una mano que llega a la meta o que se apoya en un amigo. Una mano blanca de alguien desamparado que se siente protegido por un guardián invisible.
El bosque del valle de Baztán alberga a alguien peor que un
lobo, un ser que mancilla su cauce "con sus ofrendas al mal". Pero, por otra
parte, allí tiene el santuario la ambivalente diosa madre Mari y entre los
árboles se camufla un gigante protector: el basajaun, guardián casi invisible.
Me ha cautivado la evocación del ambiente del bosque mágico,
de cuento de hadas y de terror, tal como
deben ser los buenos cuentos. El paisaje que la inspectora Amaya Salazar lleva
tatuado en el alma.
Nos encontramos ante una naturaleza que no sólo está tratado
como reflejo de los sentimientos de los personajes como en el final de Ofrenda
a la tormenta, sino que se convierte en una especie de templo donde se produce
una especial comunión.
"Al penetrar en la bóveda formada por las copas de los
árboles tuvo la misma sensación que al entrar en una catedral... Se abrazó a un
árbol como un druida enloquecido... el llanto fue cediendo y se quedó así
desolada, sintiendo que su alma era una casa en el acantilado..." P.
256-257 I.
Los elementos de este paisaje aparecen humanizados. De este
modo, el pueblo de Elizondo tiene los ojos negros, frente a los azules de
Zarauz, y la cueva de Tarttalo es una"torva sonrisa de la montaña" P.
436. II, símil que recuerda la cueva de
Polifemo descrita por Góngora como un "formidable bostezo de la tierra".
Aunque la pieza más importante es el río Baztán o Bidasoa,
la ruta del asesino, la médula del valle donde se lavan las ofensas y que, tras la tormenta, deja que en el valle
se pueda:
"saborear la quietud que parecía impregnarlo todo, como
si el valle hubiera quedado sepultado bajo una capa de bolas de algodón que
literalmente devoraban los sonidos y expandían el aroma mojado y fresco de la
tierra húmeda y limpia que llevaba prendido en el alma. P. 432. III.
Los bosques y ríos tienen amplia tradición simbólica que
aquí se enriquece con la mitología autóctona al evocar uno de los bosques
navarros más especiales. En el de Irati, recuerdo ir a visitar
con los niños las casas de los gnomos al pie de las hayas e ir a despedirnos de
un ser que se escondía entre los árboles, un lobo humanizado al que llamábamos
Joseba. Ahora sé que era el basajaun.
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