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dimecres, 21 d’octubre del 2020

Pere Martí i Bertran (2020), Taroda. Haikus de las cuatro estaciones. Vilafranca del Penedès: Ediciones Andana. Ilustraciones: Imma Sancho Gallego


Fotografía de María Jesús Casado

Es bonito ver nacer un libro. Saber que se está gestando en la mente de quien lo escribe y que va tomando forma.

Es un reto leerlo antes de que pase por la imprenta: resolver dudas, hacer sugerencias, vivir una traducción, valorar cada variante, comentar la dedicatoria y escribir un prólogo.

Es un placer ver el libro por primera vez: la cubierta elegante con unos tejados que tienen un aire de pagoda y los caracteres venecianos arraigados en la página en blanco. Al abrirlo huele a limpio. Es agradable el tacto consistente del papel que cruje al pasar las hojas. Satisface detener la mirada en las ilustraciones sugeridoras y en las hileras de palabras y párrafos regulares como campos sembrados que esperan a que recojamos sus frutos.

Ver nacer un libro es apasionante y lo es más si coincide con la reclusión de una pandemia como el libro de haikus de Pere Martí que lleva el nombre del pueblo de la buena amiga Chus que, ahora, también es el suyo: Taroda. 

Con el escritor y Pere Danès que ha colaborado en la traducción, hemos revivido nuestro paso por la Facultad de Letras de la Universidad Autónoma de Barcelona i, en la juventud de la vejez, hemos discutido y disfrutado como cuando éramos estudiantes y preparábamos un trabajo conjunto. Recordaremos esta primavera del 2020 en la que la tarea de escoger palabras nos hacia libres de todo confinamiento.

Es un honor colaborar escribiendo uno de los prólogos desde Catalunya, junto con César Millán que apadrina la obra desde Castilla. 

Es bonito ver nacer un libro y, también, acompañarlo en su camino hacia los lectores que poco a poco se apropiarán de la obra que cada vez será menos de quien la alumbró y más de todos aquellos que se la hagan suya porque les habla al corazón y a los sentidos a la vez y porque les comunica algo que llevaban dentro sin saberlo. 

Todos asistimos al paso de las estaciones y sabemos del flujo cambiante del ciclo del año, pero es necesario volver a la rueda del tiempo para encontrar el alma de nuestra Taroda particular donde también estalla la primavera con vital ligereza:

¡Volad airosos,

caballitos del diablo,

que el agua es clara!

Donde el verano se vive en plenitud:

Sol en el cénit,

reinas en todo el cielo:

huyen las sombras.

Y el otoño vacía los campos y los pueblos rurales.

Árbol caído,

en el pueblo desierto,

Nadie te troza.

Por fin, el invierno nos hiela el corazón, pero a pesar de todo, la vive pervive.

Campos dormidos.

Las simientes germinan

bajo la escarcha.

La eterna noria: todo acaba y todo recomienza.

Los instantes de vida plasmados en Haikus de las cuatro estaciones tienen el valor de la simplicidad y el rescoldo de la emoción. Las palabras bien escogidas de este poemario nos desvelan lo recóndito y nos retornan a la patria común de la infancia. ¿Quién no ha recogido una piedrecita que le ha fascinado mientras caminaba? ¿Quién no se ha sentido acompañado por su tacto? ¿Quién no la ha guardado? ¿Quién, al reencontrarla al cabo de años, no ha revivido el momento en que la recogió?

Los haikus de Pere Martí son pequeños tesoros que ha pulido para nosotros y que tienen el poder de conectar-nos con un espacio y un tiempo extático y completo. 


Fotografía de María Jesús Casado

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