Una voz traza su biografía a partir de las lecturas de El Quijote y comparto con ella vivencias, desalientos y la firme creencia que la lectura es algo más que un refugio.
El eje principal és la voz íntima que cuenta cómo lee tal o cual pasaje, como si un amigo me explicara una película y lo que ha significado para él.
Este contar a la llana se entremezcla con las reflexiones de un escritor maestro en su oficio que capta la técnica y el estilo del Cervantes y acaba perfilando un tratado sobre cómo se construye una novela que sea:
«una maqueta en la que contener el mundo y revelarse a sí mismo a través del artificio de la ficción.»
Nada más ni nada menos lo que logra Cervantes, nada más ni nada menos que el sueño de todo novelista.
El verano de Cervantes comparte con El Quijote la prosa desatada y pone de relieve que la humanidad del pobre hidalgo está por encima de los usos propagandísticos y patrioteros a los que se ha sometido su figura. Además usa analogías con la música y la pintura que iluminan y enriquecen la visión de la obra de Cervantes. Me quedo con la que ilustra como el cuento, como una canción, alimenta la novela o la simfonía.
He leído con pasión, pero forzándome a parar y a releer. He vuelto al Quijote de mi infancia, al que me enseñó a amar Francisco Rico y al que he explicado en las aulas.
A principios de verano y justo al acabar El verano de Cervantes escribo esta nota y preparo para llevarme de vacaciones algunos de los libros que me ha incitado a releer. Me queda una tarea pendiente para la vuelta: retomar mis apuntes sobre Don Quijote en Barcelona y revisar la ruta literaria que compartía con mis alumnos.
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