Costumbrismo reivindicativo de una manera de vivir la crisis recuperando el respeto y la solidaridad por el vecino sea cual sea su procedencia.
Costumbrismo que busca entroncar y transformar
los valores de aquella época en que se besaba el pan que caía al suelo y se
luchaba para sobrevivir.
Costumbrismo de denuncia, como el de Larra pero
sin su fuerza ni su desesperación, que nos insta a
resistir frente a los abusos de los poderes fácticos.
En un barrio de Madrid, como podría ser de
cualquier ciudad del sur de Europa, las historias de los vecinos componen un
friso de la realidad de nuestros días.
Toda la narración está impregnada de
simbolismo: el mismo barrio, el árbol de Navidad, la abuela que juega a Arde Troya, el bar de Pascual y la
peluquería de Amalia, como espacios entre lo público y lo privado, el
movimiento de defensa del Ambulatorio, las miserias de la escuela pública, el
transexual, los emigrantes, los parados... personajes y ambientes son, perfectamente
creíbles, cercanos, pero también típicos, simbólicos de la realidad
ampliada que este microcosmos nos presenta.
Este simbolismo resta potencia narrativa
al conjunto o, quizás, yo disfrute más con los novelones de Almudena Grandes que
con la narrativa corta, aunque esté engarzada con tenues hilos, como decía
de su obra La Gaviota, Cecilia Böhl
de Faber, conocida como Fernán Caballero.
De todas formas, este es un libro necesario y vital ahora que tenemos que volver a las urnas para
decidir si nos resignamos o luchamos, como este barrio de ficción, para
resistir y no perder "los vínculos
con su propia tradición, las referencias que ahora podrían ayudarlos a superar
la nueva que los ha asaltado por sorpresa, desde el corazón de esa Europa que
les iba a hacer tan ricos y les ha arrebatado un tesoro que no se puede
comprarse con dinero." P. 18.
La dignidad.
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