Cuando los días son cortos me ataca la “negra sombra”. Es el momento de leer una buena novela negra de Andrea Camilleri.
No sólo es el reencuentro con personajes casi
familiares: Montalvano, Livia y tutti
quanti. Es la trama bien construida, son los diálogos vitales, la crítica
social y la socarrona ironía.
El sanchopancesco Catarella refiriéndose al
abogado Nullo Manenti como Nullo Farniente me hace brotar la risa.
La serie de interrogaciones retóricas del tipo
de las siguientes me consuela, por el mero hecho de ver, preguntas semejantes a
las que me formulo, en letra impresa.
“¿En
qué país se había visto que un ministro en ejercicio llegara a decir que había
que convivir con el crimen organizado? ¿En qué país se había visto que un
senador, condenado en primera instancia por estar en connivencia con la mafia,
volviera a presentarse y fuera reelegido?”
… P. 62.
El homenaje a Eisenstein con la recreación de la
célebre escena de las escalera de Acorazado
Potemkin me hace sonreír por el placer de compartir referentes culturales.
Total que acabo el libro en un soplo con ganas
de ponerme a cocinar pasta a la siciliana y salmonetes frescos con un toque de
limón, regarlo con un vino de Donnafugata
y brindar a la salud de Andrea Camilleri.
Hay libros que deberían venderse en las
farmacias y sin receta.
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