Mientras leía, a finales de 2016, el acuerdo de paz entre las Farc y el Gobierno de Colombia parecía otra vez encaminado, antes de la era Trumb. Espero que así sea.
No necesito ser
convencida de la necesidad de rescatar del olvido a los que pagaron con la vida
sus ideales de justicia social y democracia, pero la palabra ponderada con la
que Héctor Abad resucita a uno de ellos, su padre, me conmueve.
No sólo me emociona sino que también me ilustra. Habla directamente al corazón y a la razón y, antes de que lo revele, se adivina a través del poema de Borges del que toma el título que el verdadero tono, el verdadero ritmo, el verdadero modelo de esta elegía está en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. Allí también se mezclan emoción, historia y razón.
No sólo me emociona sino que también me ilustra. Habla directamente al corazón y a la razón y, antes de que lo revele, se adivina a través del poema de Borges del que toma el título que el verdadero tono, el verdadero ritmo, el verdadero modelo de esta elegía está en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique. Allí también se mezclan emoción, historia y razón.
La palabra sabia de Héctor
Abad Faciolice se encarga de hacernos recordar:
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la
muerte,
tan callando;
Y como sigo mi oficio
de rastrear metáforas encuentro tesoros como este:
“La memoria es un
espejo opaco y vuelto añicos, o, mejor dicho, está hecha de intemporales
conchas de recuerdos desperdigadas sobre una playa de olvidos.”
HAF también rastrea
con la escritura. Busca los orígenes de su vocación de escritor en el
aprendizaje del alfabeto y los signos de puntuación en la atracción por la
máquina de escribir de su padre “como un piano” y en los ejercicios que a modo
de juegos le proponía.
Por esto este libro
“una carta a una sombra” es la obligación moral de “extirparse un tumor” y de recrear
el modelo de vida que le propuso su progenitor, un espíritu comprometido y
libre.
El padre benevolente
que no da lecciones sino que predica con el ejemplo y le deja como herencia una
infancia y una juventud paradisíacas:
“…yo entendí, sólo
mirándolo, viendo en él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que
en la vida todos podíamos recibir un gran regalo, no muy caro y más o menos al
alcance de la mano: los libros y los
discos.”
Debe cumplir la
misión de contar como su padre, médico ilustrado, murió contagiado de la
peste que asolaba Colombia intentando combatirla: “el conflicto armado entre
distintos grupos políticos, la delincuencia desquiciada, las explosiones
terroristas, los ajustes de cuentos entre mafiosos y narcotraficantes.”
Siente la obligación
de “poner en palabras la verdad, para que ésta dure más que la mentira.”
Y que:
“Los libros son un
simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por
hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito.”
Terminada la lectura me
vienen a la memoria los últimos versos de la elegía de Jorge Manrique:
y aunque la vida
murió,
nos dejó harto
consuelo
su memoria.
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