No te quedes al margen, comprométete y continúa la lucha de los que te han precedido: “métete en líos”. Esta es la exhortación con la que se inicia esta novela.
Hay que ser valiente para enfrentarse a los que acechan los que son "diferentes", se necesita valor para enfrentarse a la muerte y perdonarse por continuar vivo, tras dejar partir a un ser amado.
Nos encontramos ante una historia de historias
que nos habla de lo complicado que es superar la infancia sin perder su magia,
de lo complejo que es intuir que no todo es blanco o negro, bueno o malo, amigo
o enemigo, medicina o veneno. Una historia que ayuda a entender que estas
dicotomías son simplificaciones cómodas de la enrevesada realidad.
Con esta lectura entendemos que las
historias son “criaturas salvajes” que “persiguen y muerden y cazan” pero que ayudan
a encontrar valor para enfrentarse al mundo.
Es un gran acierto recurrir al simbólico árbol
del tejo para crear al monstruoso compañero del protagonista, un monstruo que
provoca terror pero que es un amigo fiel.
“Soy el lobo que mata al gran ciervo, el
gavilán que mata al ratón, la araña que mata la mosca! (…) ¡Soy la serpiente
del mundo que se devora la cola! ¡Soy todo lo que no está domesticado y no se
puede domesticar!”
Desde la antigüedad, el tejo es un árbol
sagrado asociado a la muerte. Es tan alto su poder venenoso que su ingesta es
capaz de matar a un caballo, no digamos a un ser humano. Pero, paradójicamente,
el tejo contiene taxol, un potente inhibidor de la división celular usado
en tratamientos oncológicos.
Este tejo-monstruo será el fantástico gurú que
enseñará a Conor a superar los sentimientos que le paralizan como si estuviera
atrapado en un cepo o a controlar su ira que le contrae el estómago como si “una
bola de fuego” o “un sol en miniatura” le quemara las entrañas.
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