El
calor pesa tanto como las vidas construidas sobre los silencios y las mentiras.
“El
aire en la cocina es como una entidad sólida que lo llena todo, que empuja a
Gretta contra el suelo y contra la mesa.” (P. 11)
Londres
en el verano de 1976 —me asaltan recuerdos antiguos del césped agostado de Hyde
Park y de la maltrecha economía británica de aquel entonces que me permitía
caprichos insospechados en Carnaby Street
o en las estanterías de Hatchards— es
el marco adecuado para esta historia de intrigas familiares.
El
calor inusitado se une al misterio de una desaparición y empuja a los miembros
de la familia a huir de la ciudad y refugiarse
en la isla de Omey de dónde provienen.
Sólo
allí es posible recomponer las relaciones entre ellos.
Istmo de la isla de Omey |
Esta
isla, que durante la marea baja se une a tierra firme con un “relumbrante
camino blanco entre las olas, que rompen y espumean a cada lado.” (P. 291) se
me antoja un símbolo de la personalidad de cada ser humano, cercado por las
olas de lo desconocido.
Las
olas que se recrean en la puerta del escritorio antiguo que guardaba la llave
del secreto familiar.
“A
Mónica siempre le había encantado cómo se desplazaba la tapa hasta desaparecer,
cómo fluían los listones de madera como una ola de arena.” (P. 196)
Una
arena que en las playas de la isla es suave y ligera, la base precaria pero
firme donde se asienta la familia.
“Se va
pasando de una mano a otra puñados de arena: trozos rotos de coral
blanquecinos, pulidos y articulados como huevos de diminutas criaturas. Su
contacto le produce una sensación parecida a una campana tañendo en un
campanario, tal es su familiaridad.”
(P. 170).
http://tempsdemetafora.blogspot.com/2019/01/maggie-ofarrell-2018-la-ma-que-prenia.html
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