Cuando Wislawa
Szymborska contestaba en el periódico las consultas literarias de los
aspirantes a escritores, todavía no había recibido el premio Nobel Nobel, pero
estaba segura de sus juicios: el talento se tiene o no se tiene, a los jóvenes
les queda mucho por aprender y a partir de cierta edad es mejor desistir. Mi alma de profesora se sentía incómoda, leyendo afirmaciones como:
“…cuando uno tiene cuarenta años, no puede
escribir como si tuviera diecisiete porque, en ese caso, le faltaría tiempo y
posibilidades psíquicas para llegar a conseguir algo más.”
No abandoné la lectura por lo preciso de la prosa y fui entendiendo las reglas del juego: establecer con el consultante un trato coloquial y una distancia que permitiera la ironía, incluso el sarcasmo, eso sí, sin perder el rigor crítico bien sustentado. La primera luz creo que fue la alusión al “enriquecimiento a nivel personal” que puede provoca la escritura y también la necesidad de “abstraerse” del creador o creadora. Aquí teníamos la voz interior no banal que persigue toda escritora que se precie y que no se obtiene de rositas sino con el esfuerzo del entrenamiento:
No abandoné la lectura por lo preciso de la prosa y fui entendiendo las reglas del juego: establecer con el consultante un trato coloquial y una distancia que permitiera la ironía, incluso el sarcasmo, eso sí, sin perder el rigor crítico bien sustentado. La primera luz creo que fue la alusión al “enriquecimiento a nivel personal” que puede provoca la escritura y también la necesidad de “abstraerse” del creador o creadora. Aquí teníamos la voz interior no banal que persigue toda escritora que se precie y que no se obtiene de rositas sino con el esfuerzo del entrenamiento:
“A ese
estar en forma contribuyen la perseverancia, el esfuerzo, las lecturas, la
capacidad de observación, una cierta distancia con respecto a uno mismo, la
empatía, el espíritu crítico, el sentido del humor y el firme convencimiento de
que el mundo se merece seguir existiendo, y con más felicidad que hasta ahora.”
No
podía decirse mejor.
Me detuve en el fragmento sobre mis amigas las metáforas y celebré haber continuado leyendo, ya que comparto con Szymborska que no son adornos raros sino carne y sangre de la escritura y “una de las características más vivas de la lengua.” Ya estaba entregada al texto que con breves trazos iba dibujando una forma de entender la literatura con la que me identifico.
Me detuve en el fragmento sobre mis amigas las metáforas y celebré haber continuado leyendo, ya que comparto con Szymborska que no son adornos raros sino carne y sangre de la escritura y “una de las características más vivas de la lengua.” Ya estaba entregada al texto que con breves trazos iba dibujando una forma de entender la literatura con la que me identifico.
Al final, las respuesta se van abreviando y se transforman en una especie de epigramas que utilizan aspectos de los escritos valorados como cuerda para colgar al consultor. Para muestra un botón:
“…empieza el capítulo Desesperación
infinita. Que el título sirva de valoración.”
No es gratuito que el libro que tengo en las manos separe
las respuestas con sobres en llamas y los capítulos con un puñal rodeado de lápices. Nada sobra ni nada falta, con puntadas
pequeñas se cose un buen texto. Lo cierro sabiendo que me queda un placer pendiente, la poesía de Szymborska.
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