Tres años: 2000, 2005 y 2009. Tres hitos que condensan la vida de Michael Beard, un
personaje brutal, que tiene algo más que claroscuros; aunque esté iluminado por focos de inteligencia, poder y gloria
patriarcal que lo convierten en atractivo. Un personaje que, casi por
casualidad, se va a convertir en defensor de la energía solar para evitar “la
consunción del mundo” por decirlo en palabras de la cita de John Updike que se
utiliza como lema. Un personaje monumental que no se conforma con sólo seguir siendo alguien, años después de ser “asperjado
con el polvo mágico de Estocolmo". Un pícaro que juega bien sus cartas y
que no desperdicia oportunidades, un ingenioso e imaginativo cautivador que
exprime la vida sin miedo a los efectos colaterales, un depredador
holgazán que no para quieto y que no tiene remilgos: un desastroso genio.
«—¿Energía
solar?—dijo Beard suavemente. Sabía perfectamente de qué se trataba, pero aun
así la expresión poseía una dudosa aureola semántica, una invocación de druidas
new age bailando con túnicas
alrededor de Stonehenge al anochecer del solsticio de verano.» P. 39.
Los personajes
femeninos forman una especie de corte alrededor de esta variante de donjuán cautivada por el destello de sus luces. El lenguaje estereotipado de cierto feminismo y el
fondo relativista que domina buena parte del mundo académico no quedan
exentos de la mirada satírica que domina la narración y que se refleja en
ciertas analogías que me parecen motores simbólicos del
texto.
Veámoslo en tres
ejemplos:
1.- El
trastero desordenado del refugio del Polo Norte es semejante al desorden
energético en el que vivimos:
«¿Cómo iban a
salvar la tierra (…) si era mucho más grande que el trastero?» P. 104.
2.-La lluvia
desperdiciada es como la energía no usada de los fotones del sol.
«La lluvia es
nuestra luz solar…» P. 42.
3.- La parábola de las patatas
fritas que ejemplifica el deseo urgente que no admite espera y que convierte al individuo en
depredador.
«…un
microcosmos de todas las locuras y errores del pasado, de aquella impaciencia
suya de obtener al instante lo que deseaba.» P. 156.
La variedad de
procesos metafóricos teñidos de ironía es amplia. Me limito a señalar la
personificación de algunos electrodomésticos y a citar cómo se abre la puerta
de la nevera para el glotón:
«Se abrió,
invitadora, con un suave sonido de succión, como un beso.»P. 273.
No puedo
terminar sin celebrar el principio de la segunda parte de la novela con la
descripción de Londres desde un avión. Lo universal y lo particular, lo macro y
lo micro se implican y generan, otra vez, una analogía potente que culmina al
final de la escena:
“Cómo, se
preguntó Beard cuando el avión abandonó por fin la cresta sobre un terraplén de
tangente cerrada y enfiló hacia el norte del Támesis para iniciar el descenso,
cómo podríamos empezar algún día a refrenarnos? Desde aquella altitud
parecíamos un liquen que se expande, un florecimiento devastador de hongos, un
moho que envuelve una fruta blanda: éramos un éxito absurdo. ¡Viva las esporas!
P. 143.
Y
en el fondo, como siempre en McEwan, un toque de poesía que incide de lleno en
el tema: aquí la luz de Milton.
«…aunque la luz celestial brilla dentro y
la mente con todos sus poderes
disipa, le confiere ojos, toda la niebla
interior purga y dispersa para que yo pueda ver y hablar
de cosas invisibles a la visión mortal.»
P. 252.
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