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¿Cómo construir un
thriller cinematográfico creíble y trepidante a partir de un novela que tiene
un buen respaldo de lectores, seducidos con la fórmula de asesino psicópata
perseguido por inspector traumatizado?
Con la recreación
de los escenarios urbanos y naturales de Vitoria y sus alrededores de forma tan
espléndida que el espectador exhala un suspiro ante los encuadres que abren
ventanas a la belleza.
Jugando con la
trama para que las llaves del caso se abran en los momentos adecuados y
anticipando quién es el malvado, para que la tensión vaya in crescendo. Aquí
también, se siente palpitar a la sala oscura que deja oír sus exclamaciones
colectivas en los momentos cruciales.
Y, por último,
acertando en el uso de los detalles: el ramo de flores en la cuneta que anuncia
un buen flashback, la mesa de ping-pong convertida en pizarra horizontal en la
que el inspector coloca toda la información que ha de jugar su papel para ganar
la partida o el ojo que se abre en el rotundo final.
¡Larga vida al cine
hecho en casa con dignidad!
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