Emoción desde el primer poema.
Son las palabras puestas en la laringe de una calle estrecha que es como la que guardo en la memoria. Allí donde no había pasado nada «aparte de la guerra y el exterminio», allí donde llegaban las vacaciones «una naranja pelada» y se «cantaban canciones en dos lenguas.»
Entro en estas páginas como si entrara en mi calle, atenta a la
belleza del mundo que me arrebata sea con «los vitrales de las iglesias como
alas de mariposa embadurnadas de polen» o con el derretirse del «lacre del
recuerdo».
Es cierto, que el poeta encuentra imágenes sorprendentes
«enrolladas y guardadas ⁄como la ropa de verano durante el invierno.» El mismo
poeta que sueña paisajes desde Asiria hasta la Toscana, desde Polonia a Texas y
desea ciudades justas donde se pueda conversar sin incendiar, ciudades
diseñadas «según los preludios de Chopin.»
Sus paisajes rurales y urbanos me acompañan como la música y como
la soledad. Pero, cuidado con aletargarse: encerrarse en su torre de marfil
donde duerme Europa tiene el peligro de caer en la nueva barbarie del
pensamiento único. ¿Qué hacer? Quizás nadar como quien reza, rescatar un poco
de belleza, mantener la capacidad de
asombro y auto retratarse así:
A decir verdad, no soy un hijo de la mar,
como escribió de sí mismo Antonio Machado,
sino un hijo del aire, de la menta y del violonchelo,
y no todas las sendas del elevado mundo
se cruzan con los caminos de la vida que, por ahora,
me pertenece a mí.
Después de saborear estas poesías, mi deseo es el de ser niña, por
última vez, jugando bajo los tilos en flor y escuchar el Quinteto póstumo de
Schubert mientras el Mediterráneo se convierte en una canción de cuna.
Poesía necesaria.
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