Encuentro la misma metáfora, aquí visual, en Annie Dillard
a la cual le entra en erupción la máquina de escribir en Viure escrivint.
Desde «Las cenizas de Pirandello» a la «Belleza vislumbrada» el tiempo de la lectura se convierte en una serie de cantos a la vida que, a la vez, trazan un esbozo de la historia del siglo XX y de la vida siciliana.
Cada nueva lectura me plantea la misma cuestión: ¿Dónde radica el secreto de la simplicidad profunda de la escritura de Camilleri?
Una parte de la respuesta la encuentro en los detalles que dan vida y profundidad a sus relatos y que me hacen levantar, por un momento, la vista del texto y entrar en un mundo que corre como un río subterráneo bajo mis pies.
Pongamos por caso la lluvia fina o empapacampesinos que cae durante el encuentro con los bandoleros y el agua de mar que se escurre de la caja de pescado que el joven Andrea lleva al hombro. Nos permite ponernos en la piel de personaje y, a la vez sentirnos calados hasta los huesos por la potencia del relato.
También me emociona la manera directa y parca de narrar el impacto de la Belleza tanto natural como artística en el momento más oportuno, justo antes de que se desvanezca. De todas formas, siempre queda la huella de lo vivido tanto si perdura en un objeto físico, en las letras negras sobre el folio en blanco o en la voz de un audio libro.
Yo, de vez en cuando, me metía la mano en el bolsillo y acariciaba el cascote azulado, que era la prueba tangible de que, en una ocasión, se me había concedido la gracia de vislumbrar la Belleza. P. 202.
Así a los lectores y lectoras se nos concede por delegación la misma gracia.
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