Priya Basil urga en los claroscuros de la hospitalidad y lo hace apoyándose en asociaciones de palabras, es decir, con herramientas literarias.
De esta forma, se nos hace evidente el paralelismo entre escribir y cocinar, entre leer y comer. Devoramos un libro y, al escribir, invitamos a una especie de convite a los lectores. De hecho la comida, real o figurada es un alimento del cuerpo o del alma que está en la base de la idea de la hospitalidad siempre asociada a los cuidados.
Por otra parte, llama la atención la antítesis entre hospitalidad y hostilidad, pareja de términos que parten de la misma raíz indoeuropea. Por lo tanto, ya la etimología apareja esta dualidad y nos muestra que el poder se manifiesta con frecuencia derrochando hostilidad y hospitalidad a la vez.
De hecho, tanto se secuestran reservas alimenticias como se celebran banquetes fastuosos.
La última asociación de términos que me parece esclarecedora es la que asocia la hospitalidad con la industria hotelera, cosa que encontramos convertido en narración en La mar rodona, la novela de Sebastià Perelló que se construye, en parte, con esta analogía. Pero esta industria de la hospitalidad no nos interesa, como tampoco el anfitrión o host de una internet que nos vampiriza.
La base de la hospitalidad es ponerse en el lugar del otro y, aunque en palabras de Derrida «la hospitalidad incondicional es imposible» y solo debería producirse en situaciones de dependencia, es posible no convertirla ni en asimilación, ni en acumulación. Sólo negociando a cada paso se pueden llegar a construir relaciones basadas en reglas de reciprocidad cada vez más equitativas.
Y, aunque la hospitalidad bien entendida, como la caridad, empieza en casa o en el entorno más próximo debe ser expandida hasta abarcar un mayor radio de acción mediante el altruismo.
Sí, sólo son palabras, pero palabras que buscan el respaldo de la acción porque sin invitado no hay anfitrión y sin hospitalidad todos nos convertimos en extraños.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada