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dilluns, 31 de gener del 2022

Francisco Madrid (2020). Sangre en las atarazanas. Edición y epílogo a cargo de Julià Guillamon, fotografías de Gabriel Casas i Galobardes, prefacio de Sergio Vila-Sanjuán. Barcelona: Librosdevanguardia



Para muchos barceloneses el Raval, o Distrito V, es el Barrio Chino, «La llaga de la ciudad», tal como nos lo presentaba Paco Madrid hace un siglo. Un barrio con una personalidad híbrida donde conviven trabajadores y delincuentes, burdeles y lecherías. Para mí, no. 

Sangre en las atarazas pone el foco en el hampa, la corrupción, la cocaína, la trata que sustenta la prostitución, los pistoleros, el espionaje y el turismo sexual propio e internacional. Personal y periodísticamente es lo que interesa al fundador del semanario El Escándalo que nos cuenta poco de los obreros, trabajadoras y lecherías. 


Nos encontramos ante una sucesión de cuadros de costumbres bien documentados y vivos que nos hacen revivir el ambiente de lugares como La Criolla o el Carrer del Migdia que dejaron profunda huella en la memoria: 

«…los cuadros de luz de las tiendas que se proyectan en el suelo de la calle dan al ambiente un tono de melodrama popular.» 

Así también retrata lugares que continúan detenidos en el tiempo como L’Arc del Teatre. 

«La calle es estrecha, es larga, es sucia, es tortuosa. Vista, desde las Ramblas, parece que las casas de una acera y de otra se juntan y que queda un trozo vacío por donde asoma el cielo de color de violeta.»

Madrid sabe jugar con los claroscuros y también con los detalles para acercarnos a unos personajes que superan la tipicidad y suscitan compasión. Como Joan Sebastià que, a pesar de ser un potencial terrorista anarquista, cuida de sus hortensias, no puede tener un pájaro enjaulado y acaba enamorándose de una francesa prostituida que lee novelas y siempre tiene un jarrón con flores en casa. O como la niña Teresa incapaz de cruzar la Rambla, las fronteras invisibles siempre presentes en el Raval, que juega a putas. 

Otro punto a favor son los apuntes sociales que perfilan la personalidad del barrio: los cabarets asentados en los locales de antiguas fábricas de hilados, la presencia de las imprentas y de todo tipo de prensa, la evolución de los locales de ocio que marca el ritmo del trepidante siglo XX y que culmina en el dancing que llega junto con el jazz cuando en los felices 20 eclosionan las vanguardias y los espías como el barón de Köening. 

Al hilo de la lectura también aparecen nombrados personajes históricos en los que no se profundiza: Francesc Layret, Salvador Segui, Teresa Claramunt… o literarios como Blasco Ibañez y Baroja, la estética con tintes naturalistas de los cuales sigue Madrid. 

De todas formas lo que ha determinado la reedición de esta obra es la considerada afortunada denominación de Barrio chino que el autor se atribuye y que contribuye a fomentar, como el mismo dice, el turismo. 

«No llega un turista por Barcelona que no desee conocer la mala vida de la ciudad. Los intérpretes-guías de los hoteles acompañan a las inglesitas serias y fumadoras de Kamel.» 

Es cierto que el barrio siempre ha tenido vocación internacionalista sin que deba atribuirse solamente a este hecho. También lo es que, como muchos arrabales del mundo, muestra su miseria y esconde a los culpables. Hoy como ayer, detrás de la juerga, el juego, la bebida, la cocaína, la trata de blancas y la prostitución están los maquereau, los talcovianos, en fin, la mafia bajo diferentes nombres y la corrupción que los relaciona con policías y políticos. 

Paco Madrid nos muestra: 

«un mundo que se ignora y que domina la ciudad. (…) Barrio chino es esto: la visión de una sociedad que se desconoce y que existe; una sociedad que hay que destruir si no se quiere que el país muera de ese cáncer.» 

Y acaba usando como coartada el útil y antiguo argumento de mostrar el vicio y el pecado para combatirlo.

No niego la presencia de este mundo escondido en la trastienda de la ciudad, pero estoy convencida de que el Raval es algo más que el denominado Barrio Chino. 


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