—¿Por qué están ustedes en un aula de Filología?
—Porque me gusta leer, profesor Rico.
Y se estableció un vínculo que, pese a las divergencias, perduró.
Formé parte del grupo al que preparó para opositar a profesores de Bachillerato, las mañanas de los sábados en el estudio de su casa. Me acompañó a la encerrona en la UB de Barcelona. Años de tertulias y de jornadas en la Academia Renacentista de Salamanca. Presidió el tribunal de mi tesis doctoral. Pisamos juntos las salas del MEC para que “se haga un pacto, aunque lo haga el diablo”. Y siempre nos tratamos de usted. Su última lección fue mostrarnos su RAE a mí y a Pere, al que desde los tiempos en que éramos sólo compañeros llamaba «su chevalier servant».
Con tristeza y agradecimiento, evoco los versos que me enseñó a querer.
“...
dio el alma a quien ge la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria;
y aunque la vida murió,
nos dexó harto consuelo
su memoria.”
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