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dijous, 18 de setembre del 2014

Juan Marsé (2011), Caligrafía de los sueños. Barcelona: Lumen


La mirada adolescente de Ringo va desvelando los secretos del mundo gris de los años 40, a la vez que recrea la infancia del niño Juan Marsé. Como se ha repetido estamos ante su novela más autobiográfica, pero desde el principio se nos invita a fundir en una gran síntesis vida y literatura porque "lo inventado puede tener más peso y solvencia que lo real, más vida propia, más sentido, y en consecuencia más posibilidades de pervivencia frente al olvido." P. 11.
Por esto son inolvidables los magistrales personajes de la novela. Por eso el padre, que no podía llamarse de otra manera: Pep o padre putativo, es un matarratas que no lucha contra la peste negra sino contra las ratas azules que ostentan una araña roja a modo de divisa en el pecho.
El personaje que lleva por nombre el del pintor Josep Maria Sucre lo explica con claridad al describir el aislamiento del país gobernado por una rata de cloaca rodeada de yugos y de flechas como arañas y de canciones azules.

La capacidad simbólica marca también el colorido, viveza y olores que impregna los ambientes. Destacan los caminos que no llevan a ninguna parte: los carriles de tranvía inútiles ante los que se tiende la señora Mir o los tres peldaños esculpidos en la Montaña Pelada que serán testigo de su desgracia. Espacios cerrados como la Barcelona que se contempla desde el Cotolengo que "se tiende hacia el mar como agua encharcada y sucia." Parece que el único que puede evadirse sea Pep, el rey de la patraña.
Ringo también es a su manera un rey de la patraña que se reinventa en las "aventis" que cuenta a sus amigos, en su sueño de ser concertista de piano, en sus tormentosas relaciones con Violeta, en su nombre:
"Mi nombre es Domingo (...) pero de pequeño me quitaron el do, la primera nota de la escala musical, y se quedó en Mingo, que no me gusta nada. Nombre mutilado, como mi dedo, y cambié una letra, una solo, y desde entonces hay que buscarme en las praderas de Arizona, lejos de este cochino barrio." P. 181.
La vida de Ringo se quiebra al sufrir la mutilación del dedo que trunca, como a tantos truncó la exitencia la guerra,  su proyecto de ser pianista. Tiene que reinventarse y allí están los libros y las películas para ayudarle y pasar de contar aventis a la escritura.
Si de la música aprendió la disciplina y el valor de la belleza, ahora, proyectará este aprendizaje en los conatos de escritura entre los que destaca la carta ficticia a la señora Mir. Empieza a entender el valor de las palabras, a comprender la semejanza entre fumigar y conspirar y a jugar con ellas.
Eso es lo que hace magistralmente Juan Marsé. Me fijo solamente en la forma esperpéntica de describir personajes. La señora Mir: "un merengue amoroso", Quique Pegamil: "boca mellada, cresta de pájaro loco", su padre tiene las manos "de piel de lagarto", las chancletas de la furtiva Violeta "bajo el pálido marfil de los talones desnudos, restallan en el mosaico". Hay algo de teatral en esta novela que ha tenido su aceptable adaptación al escenario en: Adios a la infancia. Una aventi de Marsé

Ringo crece y sus ojos interpretan la realidad y empieza a teclear en la máquina de escribir con los dedos impregnados con el olor del café del obrador donde trabaja por la noche. Está buscando reinventar la realidad para que perviva, es un oficio como el de orfebre, está haciendo caligrafía de sus sueños, está aprendiendo y su reencuentro con el cojo amante de Victoria Mir le ayuda a no creer en las apariencias, El cojo exjugador de futbol Alonso se presenta ahora como un fauno y Violeta como una lolita,  pero Ringo ya ha descubierto su camino porque "empezaba a trenzar fabulación y memoria en sus tanteos con la escritura."P. 266.


Esto sólo es un esbozo de la gran riqueza simbólica y metafórica de esta novela de múltiples registros: valiente, sarcástica y tierna sin sensiblería.  Un mundo literario con vida propia. 


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