La Celestina de Picasso, conjurada por el poder de José Luis Gómez y su
teatro, habita entre nosotros
durante las intensas dos horas y media de espectáculo ininterrumpido. Incluso
puede que nos acompañe como una sombra con sus ademanes y su mirada,
haciéndonos sentir la fuerza de sus palabras.
Las palabras precisas para que el
personaje se adueñe de la escena en esta versión de la Comedia de Calixto y Melibea en la que todavía se acorta más el
deleite de los amantes que en las ediciones del filo del siglo XVI. Justamente
lo contrario que pretendía Fernando de Rojas al añadir unos cuantos autos en ediciones
posteriores que recibieron el nombre de Tragicomedia.
Desde que se levanta el telón, un canon hebraico de origen sefardí cantado a capella logra trasladarnos al
Renacimiento donde convivían: judíos, moros y cristianos. La cadencia
de la música logra también que acoplemos nuestra respiración a un ritmo vibrante e intenso
sin precipitación que impregna toda la obra.
Las voces de los actores y actrices tienen
cadencia, respiramos con ellos, nos
arrastran a mover los labios, a entonar la música del texto para convertir las
palabras en imágenes de goce y tormento, de vida y de muerte.
Me sorprende el acento andaluz de la Celestina
de Gómez. Ahora sé que Juan Goytisolo piensa que era morisca y el actor
busca una dicción inspirada en la de las mujeres de sus tierras de Huelva para recrearla. Siempre he imaginado que Celestina era más sobria, pero José Luis Gómez
consigue que transforme y enriquezca mi visión del
personaje.
De manera semejante, al observar el escenario ocupado por unas estructuras metálicas no esperaba el rendimiento plástico que consiguen.
Esta escenografía, inspirada en los dibujos de
Giambattista Piranessi, me parece la plasmación de las imágenes del texto del mundo como "laberinto
de errores " o "como juego de hombres que andan en corro". Estos caminos enmarañados consiguen que visualicemos a la vieja alcahueta haldeando por las calles en una especie de travelín cinematográfico mientras que la verticalidad de la estructura permite que asistamos al desplome de los personajes desde las alturas
empujados por la "fortuna variable" que los arroja de su simbólica
rueda al vacío, como esa tela blanca en el que se transmuta la libresca y
delicada Melibea.
Sencillamente, magistral.
¡Bravísimo, maestro y compañía!
¿Podremos gozar en Barcelona de la Celestina de José Luis
Gómez, como hemos gozado del Rey Lear de Núria Espert?
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