De forma sutil, la vida apacible de Sophie se alteró y se
convirtió "en un revoltijo", hasta que "la
muerte decidió invitarse a su locura".
Sophie pasa a ser la
Pirada, la Asesina y la Inmaculada y nos es presentada como una autómata o un
juguete de cuerda, pero también como un ser agazapado en el interior de un
caballo de Troya esperando el momento de actuar.
En cambio, Frantz, el
antagonista maléfico, dice de sí mismo que está "afilado como una
navaja" y que es "un artista molecular" ya que, con su pericia
con los fármacos, moldea el carácter de Sophie.
La pareja Sophie-Frantz
tiene dos referentes también antagónicos: el padre protector de la mujer
"como una talla de roble" y la madre destructora que se impone a su
hijo vestida de novia y a la que él llora como si acabara de morir.
Por esta razón el final,
que no explicaré, no puede ser de otro modo. Lógica impecable de una novela
construida con el arte de un complejo juguete mecánico y con una angustia
afilada que conmueve a quien se sumerja en su lectura.
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