Pocas metáforas en
una prosa expeditiva que, en ocasiones, parece un telegrama y, en otras, es de gran eficacia narrativa.
Los diálogos son ágiles
y valientes, dentro de un orden. Tomo un ejemplo que no puede faltar en mi colección de metáforas:
Ante la cuestión de
si han tenido nunca un orgasmo Lola contesta:
“…creo que no lo he sentido nunca. Yo sentía amor. Mucho
amor.
—Claro.—Dio un salto Olga—.¡Es que hay palabras que se usan
en sentido figurado! ¡Son una metáfora!
—¿Tú crees que el orgasmo es una metáfora Olga?...” P. 327.
No es necesario
decir más.
Pero vayamos ya a los
procesos metafóricos que me interesan de esta novela: los
que tienen una función narrativa al están astutamente colocados para
estructurar el relato y darle fuerza.
Empiezo por el título
que me evoca, quién lo iba a decir, la alegoría con la que se abre la Divina
Comedia:
A mitad del camino de
la vida
yo me encontraba en
una selva oscura,
con la senda derecha
ya perdida.
Aquí también hay una analogía semejante:
“…Julia estaba en plena etapa de cambios, limpieza,
reestructuración. Siempre llega un momento, después de mucho acumular trastos,
en que se impone limpiar a fondo los trasteros, los armarios, los cajones,
cualquier recoveco…
Con la vida sucede lo mismo. Este viaje (…) formaba parte
del primer plan de limpieza de los armarios de su vida.” P. 234.
Ya tenemos el efecto
“media vida” convertido en una especie de
magia del orden en el plano psicológico.
La cena que reúne a las cinco amigas después de 31 años tiene algo de catarsis que renueva sus vidas, de reconciliación con el pasado y de reconocimiento del placer
de perdonar. Lástima que el final me parezca demasiado cercano a un manual de
autoayuda.
Otro elemento
simbólico muy trabajado es el uso de fechas históricas para fijar el relato,
aunque a veces lo encuentro excesivo. Destaco el día de la boda del Príncipe de
Gales y Lady Di en el año 1981. Todo el hilo narrativo está condensado en este 29
de julio fecha del reencuentro de las cinco amigas y está jalonado de imágenes
televisivas del acontecimiento. La farsa del amor romántico se vende
comunicativamente, mientras las amigas se reencuentran y hacen balance de sus desamores y de su nada romántica vida sentimental. Brillante
antítesis con su punta de ironía.
Por último, no puedo
dejar de lado un objeto que parece banal, pero que a mi entender es un
leitmotiv que abre y cierra la novela: las tijeras de bordar:
“Olga sacó algo de debajo de sus generosas nalgas. Unas tijeritas de
bordar doradas, de fina factura, con el mango repujado de bellos motivos
vegetales.
—Ésta será el arma del crimen.”
Y se cumplirá esta especie de pícara profecía en muchos
sentidos que no desvelaré, pero estas tijeras también será el instrumento que permitirá que
Julia siga un camino de realización profesional y personal y, al final, el que
selle el pacto del perdón.
"Las cuatro mujeres quedaron iluminadas como en un cuadro tenebrista. La Cena de Emaús, de Caravaggio, en versión femenina." P. 218. |
Salimos del tenebrismo que ha impregnado la cena, con tormenta incluida, y la claridad de la recuperación, después de los traumas, se supone que se impone. Dan ganas de saber más de las vidas de estas mujeres.
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