Me apasiona la
riqueza temática de esta obra: la función de la escritura y la relación con una
sociedad en crisis, las relaciones entre literatura y cine, el sentido de
pertenecer a un lugar, las migraciones y la hospitalidad.
Y me gusta especialmente
como relaciona las anécdotas para llevarlas a categoría de símbolo. Así el
suicidio del amigo y el del alacrán que se inocula su propio veneno se
relacionan con el afán autoaniquilador de la democracia actual.
«Ciertas
libertades democráticas me recordaban a ese alacrán. Son capaces de
autodestruirse.» Pág. 61.
Hace falta
valor para hacer esta afirmación, pero gracias a las analogías captamos la
complejidad paradójica del asunto.
De todas
formas, no se acaba aquí el valor simbólico del suicidio:
«La emigración
es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro
de ti. Entre otras, tu lengua.» Pág. 73.
Kallifatides
escribe con una aparente sencillez y logra conmoverme al humanizar su entorno,
como cuando afirma que «jamás había conocido un estudio desleal.»
Siento tan cercano
el texto que me invita al diálogo.
Desde
la página 19, donde habla de cómo la literatura da forma a la vida de quien
lee, no puedo evitar escribir al margen que con la lectura aprendemos a dar
nombre y forma a los sentimientos. Hasta el final, cuando el regreso al pueblo
natal abre la puerta de la escritura en lengua materna: la que siente antes que
piense, la que palpita e intuye que brota de sus entrañas, la que es su
verdadera patria. Continúo dialogando con el autor y digo: yo la llamaría
matria. Gracias a ella, se ha producido el regreso a los orígenes: el nostos de
los clásicos.
Era necesario que leyera este libro, imprescindible.
Gràcies. Me l'apunto!
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