Tres historias ricas
en imágenes que dibujan mundos íntimos, vidas entrelazadas y viajes a la
frontera entre la vida y la muerte.
La primera metáfora
del relato inicial es reveladora:
“El sueño me invade
como la pleamar.” P. 11.
Vamos a sumergirnos
en una prosa hipnótica que avanza hacia el fondo en espiral. El sueño (Hipnos),
la pequeña muerte de cada noche, se alarga expresando el duelo que acongoja a
la protagonista que ha perdido a la amiga junto a la cual: “ el peso de la
vida… quedaba reducido a la mitad.” P. 14.
HIPNOS Y THANATOS PORTANDOA SARPEDÓN EUFRONIO hacía 510 a C
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Me pregunto:
¿Cómo interpretar la
obra de una autora japonesa por muy occidentalizada que esté?
¿Es el sueño la
muerte pequeña o la fortaleza para renacer? ¿Por qué no las dos cosas a la vez?
¿Qué sentido tiene el
sueño profundo para una persona de cultura nipona que practica el sueño
intermitente y reparador del inemuri?
Reflexiono:
Quizás en Japón, acostumbrados
a dormir acompañados, no es tan extraña la ocupación de la amiga que acompaña a
los durmientes y acaba: “inhalando toda la negrura que hay en su corazón.” P.
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Para la protagonista
ese sueño profundo, que puede ser letal, es el que la impulsa hacia la
vida. En la modorra absorbente y consentida encontrará el camino de vuelta a la
realidad.
Continúo y encuentro
nuevos “problemas culturales”¡Qué raro que una mujer del siglo XXI
necesite de ciertos “permisos” para seguir los impulsos de su corazón! Me
parece que la fuerza del amor de la protagonista por su novio es absoluta y ante ella adopta una sumisión de geisha:
“a él le gusta que yo
permanezca siempre en mi habitación, sin trabajar, viviendo sumida en el
silencio, y que, cuando quedamos, nos encontremos por las calles como si
fuéramos la sombra de un sueño.” P. 35.
Me cuesta entrar en
estos relatos, como me costó la lectura de La
historia de Genghi a la que acudí hace años con viva curiosidad de conocer
la “novela” escrita hace diez siglos por la dama Murasaki y que abre la
tradición de narraciones introspectivas y psicológicas en los lares de Banana Yoshimoto.
Continúo con la
segunda narración titulada “La noche y los viajeros de la noche” y me encuentro
más de los mismo: tres mujeres —una de ellas evanescente—, un hombre y la
muerte.
El varón, Yoshihiro,
es una especie de Genghi, es irresistible y con una energía tal que:
“Solo con estar a su
lado, tengo la sensación de que voy a ir caminando deprisa.” Y con “ algo que
no debía morir jamás, algo que viajaba a través de la noche.” P. 111.
Cierto, algo quedará
de él que consolará y parece que redimirá a su hermana, su enamorada prima y su
novia americana.
El tercer relato es
para mí “Una experiencia” porque aquí sintonizo con la lectura. Me cautiva la
descripción de la música interior o alucinación musical que escucha la
protagonista borracha:
“Se parece al rumor
de las olas, y a la risa de todas las personas que he conocido (…) y al
maullido de un gato que perdí, y al conjunto de sonidos de un lugar lejano, que
ya no existe, al que añoro, y a la fresca fragancia de la vegetación que olí en
algún lugar, cierto día, durante un viaje, acompañado del susurro de los
árboles junto a mi oído…” P. 141.
La resurrección de
este personaje me llega, aunque sea parecida a la de los anteriores, y comprendo
el miedo a las consecuencias de su amor, también, total y absoluto por su
novio:
“Y si, encima, lo amo
más, ¿no acabaré volviéndome transparente? P. 171.
Incluso la conocida
imagen con la que anuncia su renacimiento es familiar:
“Me siento como si me
hubiesen sacado una espina que tuviera clavada en el corazón.” P. 167.
Aunque yo prefiera la
reformulación de Antonio Machado siguiendo a Rosalía de Castro:
“En el corazón tenía
la espina de una
pasión;
logré arrancármela un
día:
ya no siento el
corazón.”
¡Vaya cruce de
tradiciones!
¡Un brindis por los
universales culturales!
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