Nunca nos bañamos otra vez en el mismo río ni leemos por segunda vez el mismo texto. Por ello, los de Obaba me cuentan hoy cosas diferentes que hace más de veinticinco años.
Algunos cuentos que aquí aparecen, como el criado del rico mercader o las instrucciones para escribir un cuento en cinco
minutos, me han acompañado en clases y talleres de escritura; otros
los tenía perdidos en algún rincón de la memoria. De todas formas, el lagarto continúa
acechándome para distorsionar todo lo que escucho y convertirlo en literatura.
Esta vez he leído sobre lo
ya leído y he descubierto un río diferente.
Ahora buscaba el tema de los temas, la metáfora de las metáforas. No tenía
suficiente con la parábola del juego de la Oca que cierra el texto. Buscaba una
correspondencia más honda, el río de aguas subterráneas que subyace al suelo de las palabras.
Y esta corriente profunda no es otra que la llamada “tradición literaria”. Pero, cuidado, no entendida como tradición conservadora de cualquier espíritu nacional,
sino como la corriente de agua viva de la que bebe toda creación. Un río universal
que se nutre del folclore bien entendido y en el que se funden oralidad y
escritura.
La imagen de un pergamino reutilizado o palimpsesto me viene a la mente.
Como el manuscrito de Arquímedes sobre el que se reescribieron salmos y que gracias a los progresos químicos y ópticos reveló sus secretos hace unos diez años.
De manera parecida ocurre con la tarea de escribir diferentes versiones de cuentos tradicionales o de crear una colección de relatos al modo del Decamerón o de las Mil y una noches o al evocar un viaje con alusiones a la Divina Comedia. Con estos elementos y la observación atenta de la realidad se crea esta caja de historias que narra nuestro:
Escritura subyacente que estaba oculta en el palimpsesto de Arquímedes |
De manera parecida ocurre con la tarea de escribir diferentes versiones de cuentos tradicionales o de crear una colección de relatos al modo del Decamerón o de las Mil y una noches o al evocar un viaje con alusiones a la Divina Comedia. Con estos elementos y la observación atenta de la realidad se crea esta caja de historias que narra nuestro:
“errar diario, este misterio de ir
viviendo que casi no cabe en una metáfora.” P. 60.
Escribir es reescribir. Alguien llamó a este fenómeno el segundo grado de
la escritura. Por la misma regla de tres, releer debe ser el segundo grado de la lectura.
Publicado en 1982 |
Pero todo queda en palabrería si no se baja a la arena, si no se
construye la lengua literaria en el idioma propio, si no se rescata la voz
auténtica y personal de las palabras con las que nos hemos bañado en la
infancia: todos los idiomas han tenido que hacer esta tarea, que aquí se
concreta en el euskera. Los que escribimos en catalán lo comprendemos
bien.
Hay que defender cada una de las manera de ver el mundo que proporciona
cada idioma, hay que encontrar el pulso y el ritmo que den consistencia a la
ficción de escribir como se habla. Esta es una tarea noble y universal, no
puede ser de vuelo corto, la literatura no es de ninguna nacionalidad por algo todas las lenguas son hermanas, primas o vecinas, incluso el singular
euskera.
En esta riqueza encuentro, ahora, las raíces de Obabokoak; en la pluralidad de las voces y
los ecos, en la diversidad de lecturas que vislumbro, en la sabia disposición de
los relatos que parece que se agrupen de forma espontánea:
“Las historias que
ha reunido el azar no las disperse el autor.”
P. 246.
Pues bien, ¿Qué medios utiliza el escritor para conseguir esta fingida naturalidad?
La maestría de saber borrar y reescribir, aprendida de clásicos, incluso
del siglo XIX con su romanticismo y su realismo a cuestas. Atxaga sigue las normas
para plagiar del tío de Montevideo que pretendía crear el corpus necesario para
formar una tradición literaria en el idioma propio.
Pero nuestro escritor va más allá y no solo acude a los antiguos sino también a los grandes modernos: Borges asoma en el tema de la memoria, que...
“igual que una presa, necesita de unos aliviaderos para no desbordarse” P. 123
Intuimos a Cortazar en ciertas instrucciones y en la evocación de la contiguidad de los parques.
Salgo a la orilla del río-texto y me resguardo en mi rincón de lectura y de
escritura abrigada, como Esteban Werfell, por “una muralla de papel” y con una
ventana desde donde se puede ver el cielo y los árboles del parque vecino. Esta
puerta al exterior mitiga:
“esa otra oscuridad que, muchas veces, crea fantasmas en el corazón…” P.
25.
En mi refugio, como en Obobakoak, la aventura continúa porque siempre queda por encontrar la
última palabra.
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