El
teatro es el refugio del ingenio y de la libertad aunque se represente en la
poco acogedora Sala gran del TNC. Helena
Pimenta rompe con elegancia y brío la frialdad del espacio grandilocuente porque
consigue que los versos de Lope cobren vida.
Desmayarse, atreverse,
estar furioso,
Áspero, tierno, liberal,
esquivo,
Alentado, mortal, difunto,
vivo,
Leal, traidor, cobarde,
animoso…
Las
antítesis del famoso soneto con el que Lope define al amor se materializan en
el decorado, el vestuario, la iluminación, los personajes y el ritmo del
espectáculo.
Desde
el inicio, cuando una especie de tapiz cobra vida, vemos como se encarna el
dios Amor en una figura que parece que se haya escapado de un cuadro de
Velázquez. Es la antítesis de la representación angelical y meliflua del amor: un
hombre fornido, como pirata curtido en mil batallas, sólo la venda en los ojos
nos lo identifica con Eros.
¡Qué
contraste el de esta figura con la escenografía y el vestuario que nos remiten
a la Francia del Imperio acentuando el tono de comedia!
¡Qué
acierto convertir el soneto de ¿Qué me
quieres amor? en canción con Eros danzando y elevando a Diana!
¡Qué
bellos los dardos rojos que lanza Amor y la lluvia de pétalos que nos recuerda
el Carpe diem o el Collige, virgo, rosas!
¡Qué
sugerentes las sombras que proyectan los personajes y el juego de puertas que
se abren y se cierran con precisión abriendo espacios y desde donde Tristán,
por ejemplo, se dibuja en la oscuridad
espiando su obra!
¡Qué
delicia insinuar un teatro dentro del teatro cuando la ficción del gracioso
soluciona el entuerto!
Esto
es ingenio, libertad, amor y teatro, quien
lo probó lo sabe.
¡Mil
gracias, Helena!
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