La épica de toda la vida encarnada en lo cotidiano. La aventura particular de quien escribe, el viaje de quien lee. El valor de los clásicos que no regresan, sino que siempre están aquí porque son parte de nuestra naturaleza humana.
Me fascina la odisea de convertir una clase en una aventura vital
que, anclada en el presente, busca las raíces y se proyecta hacia el futuro
donde nos espera Ítaca eternamente. Este libro también es el diario de un
docente y tiene mis respetos de vieja profesora.
Otra fascinación es el lenguaje: la precisión filológica con que
desvela ricas etimologías que, en muchos casos encierran metáforas: el regreso
o nostos en el que se arraiga la nostalgia,
el dolor que identifica y caracteriza tanto a Ulises como al padre del escritor, el homophroynê o coincidencia de pareceres
que une a través del espacio y el tiempo a marido y mujer…
No sólo son las palabras las que nos desvelan realidades complejas,
sino la estructura de la lengua que siguiendo al maestro Wolff moldea el
pensamiento:
«Era como si el implacable rigor de la gramática… hubiera sido una
armadura que me protegía de cosas menos fáciles de clasificar y ordenar.»
Subyace al texto la red de relaciones entre maestros y discípulos,
entre padres e hijos. La analogía se expresa claramente:
«La buena enseñanza es como la buena paternidad.»
Andamos escasos de modelos de paternidad y doy la bienvenida a
esta declaración.
Se trata de transmitir la necesidad de centrarse en el viaje y de procurarse
una mochila de bellas historias de palabras aladas que nos acompañen en
el camino como una buen viático o aprovisionamiento que nos ayuda para alcanzar,
en paz, el final ineludible. Con suerte, el término de cada odisea particular
e intransferible quedará marcado por nuestra leve huella.
Homero, Obras Completas. Traducción de Luis Segalá. Barcelona: Montaner y Simón. 1927
Homero, Odisea. Edición de José Luis Calvo. Madrid: Cátedra. 1988 |
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