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dilluns, 23 de maig del 2016

La Abadía. De Fernando de Rojas "Celestina". Dirección José Luis Gómez. Viernes 20 de mayo. Teatro Principal de Zaragoza

 





La Celestina de Picasso, conjurada por el poder de José Luis Gómez y su teatro, habita entre nosotros durante las intensas dos horas y media de espectáculo ininterrumpido. Incluso puede que nos acompañe como una sombra con sus ademanes y su mirada, haciéndonos sentir la fuerza de sus palabras.

Las palabras precisas para que el personaje se adueñe de la escena en esta versión de la Comedia de Calixto y Melibea en la que todavía se acorta más el deleite de los amantes que en las ediciones del filo del siglo XVI. Justamente lo contrario que pretendía Fernando de Rojas al añadir unos cuantos autos en ediciones posteriores que recibieron el nombre de Tragicomedia.

Desde que se levanta el telón, un canon hebraico de origen sefardí cantado a capella logra trasladarnos al Renacimiento donde convivían: judíos, moros y cristianos. La cadencia de la música logra también que acoplemos nuestra respiración a un ritmo vibrante e intenso sin precipitación que impregna toda la obra.

Las voces de los actores y actrices tienen cadencia,  respiramos con ellos, nos arrastran a mover los labios, a entonar la música del texto para convertir las palabras en imágenes de goce y tormento, de vida y de muerte.

Me sorprende el acento andaluz de la Celestina de Gómez. Ahora sé que Juan Goytisolo piensa que era morisca y el actor busca una dicción inspirada en la de las mujeres de sus tierras de Huelva para recrearla. Siempre he imaginado que Celestina era más sobria, pero José Luis Gómez consigue que transforme y enriquezca mi visión del personaje.

De manera semejante, al observar el escenario ocupado por unas estructuras metálicas no esperaba el rendimiento plástico que consiguen.



Esta escenografía, inspirada en los dibujos de Giambattista Piranessi, me parece la plasmación de las imágenes del texto del  mundo como "laberinto de errores " o "como juego de hombres que andan en corro". Estos caminos enmarañados consiguen que visualicemos a la vieja alcahueta haldeando por las calles en una especie de travelín cinematográfico mientras que la verticalidad de la estructura permite que asistamos al desplome de los personajes desde las alturas empujados por la "fortuna variable" que los arroja de su simbólica rueda al vacío, como esa tela blanca en el que se transmuta la libresca y delicada Melibea.

Sencillamente, magistral.
¡Bravísimo, maestro y compañía!

¿Podremos gozar en Barcelona de la Celestina de José Luis Gómez, como hemos gozado del Rey Lear de Núria Espert?



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